En batalla con Alí Rodríguez

Honores a un amigo

Conozco a Alí Rodríguez desde que éramos unos niños, por allá en los años 60. Ali, junto a mi padre Rafael Ramirez, Diego Salazar y otros combatientes, algunos desaparecidos, otros muertos en combate, fueron de los primeros de las FALN, amigos de la casa, amistad que se forjó en la lucha contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y luego en los duros años de la lucha guerrillera.

Fueron los años de «la guerra» en las ciudades, barrios y campos de la patria, cuando la juventud empuñó un fusil para «tomar el cielo por asalto». Años de heroísmo, fragua, entrega, sueños e ideales. Tiempos de valientes, cuando enarbolar las banderas de la liberación nacional, el antiimperialismo y el socialismo, costaba la vida.

Fueron los años de la violencia betancurista, de Leoni, la violencia adeca, el intervencionismo norteamericano, los crímenes políticos, los Teatros de Operaciones, los tigritos del DIM, las casas de torturas del SIFAC; la violencia del Estado para imponer, a sangre y fuego, el Pacto de Punto Fijo, traicionar el espíritu del 23 de enero de 1958, ahogar el intento revolucionario, detener la insurgencia en Latinoamérica, derrotar el ejemplo de Cuba, Fidel y el Ché.

De esos años viene la amistad de mi padre y mi familia con Alí Rodríguez Araque, de cuyo fallecimiento en la Habana, el pasado lunes 19 de noviembre, me enteré de inmediato por sus amigos más cercanos.

Luego de la lucha armada, los combatientes intentaban recuperarse y preservarse en los tiempos duros de la represión selectiva, cuando el reformismo señalaba al enemigo, quienes eran los que insistían en el camino de la lucha armada. El asesinato de Fabricio Ojeda, Jefe del FLN-FALN, fue el caso más emblemático del ensañamiento y la violencia contra los que se mantuvieron en la primera línea del combate, leales al intento revolucionario.

En esos tiempos duros de la derrota, delaciones, defecciones, Ali siempre se mantuvo firme, del lado de la revolución, la amistad y hermandad con mi padre, era aún más estrecha, se mantenían conspirando, operando. Eran los años de la clandestinidad, persecuciones, de facilitar espacios para «enconcharse», para que funcionara la dirección del PRV-FALN, años de peligro, de heroísmo, de arriesgarlo todo para sostener a los combatientes, de operaciones espectaculares, entre ellas, El Túnel del Cuartel San Carlos.

Nosotros crecimos, y era natural que nos encontraramos con Ali en el campo de la militancia revolucionaria, era la época del PRV-RUPTURA. Fuimos una generación que engrosamos las filas de los partidos de la Revolución, en condiciones muy difíciles de reflujo, nos tocó reorganizar al pueblo, insistir en la línea justa: ¡luchar hasta vencer!

Luego del triunfo del Comandante Chávez y que Alí fuese nombrado ministro de Energía y Minas, mi padre fue nombrado Comisario de PDVSA, donde realizó el primer Informe del Comisario, el cual invito a leer, puesto que es revelador del desastre que allí encontramos y lo avanzado de la Apertura Petrolera.

Fue un trabajo intenso, junto al Dr. Bernard Mommer, Bernardo Álvarez y otros compañeros: controlar a PDVSA y revertir la Apertura Petrolera, la cual avanzaba inexorablemente.

Por mi parte, tenía años trabajando como ingeniero en el área petrolera, siguiendo y participando del hecho político desde fuera del gobierno, con la Esperanza Patriótica, era noviembre del 2000, cuando soy designado por el Comandante Chávez, por recomendación de Alí, como presidente fundador del Ente Nacional del Gas.

Se designa al General Guaicaipuro Lameda como Presidente de PDVSA. Alí partió a la OPEP como Secretario General. La correlación de fuerzas no era favorable a la revolución. Ya no alcanzaron a verse más los viejos camaradas, mi padre enfermó gravemente y muere, justo antes del golpe de Estado.

Desde el Enagas, dimos la batalla, junto a Bernardo Álvarez, viceministro de Hidrocarburos de entonces, para impedir la privatización del sector gasífero del país, de su infraestructura y de revertir el proyecto Cristóbal Colón, el Proyecto de la Enron en Jose, para que no se entregara el Gas de la Patria.

Estaba en marcha la conspiración y desestabilización contra el Gobierno del Presidente Chávez, quien nombra la Junta Directiva de PDVSA encabezada por el Dr. Gastón Parra Luzardo, donde fui designado Director Externo, para tratar de controlar la empresa. La autoproclamada «meritocracia petrolera» no aceptaba a la Junta. Era evidente que vendría un choque. PDVSA conspiraba abiertamente, el 11 de abril, la marcha opositora que condujeron a Miraflores, partió desde PDVSA Chuao, luego vino la violencia y se consumó el Golpe de Estado.

El 13 de abril, luego de la derrota del Golpe de Estado, se nombra una Junta Directiva de PDVSA conformada por miembros de la «meritocracia» petrolera. Alguien recomendó negociar con la meritocracia golpista, pero el Comandante Chávez llama a Alí, que se viniera de Viena, dejara la OPEP, para presidir la empresa. Alí no lo dudo.

Para mi fue una alegría y esperanza que él estuviera presidiendo esa Junta Directiva, porque sabía que el resto de la dirección de la empresa solo esperarían otro momento para insistir en el derrocamiento del gobierno. Por otra parte, entendía que el Comandante necesitaba ganar tiempo, para recomponer el campo político y militar.

El Comandante me nombra ministro de Energía y Minas el 17 de julio de 2002. Me encomienda «trabajar estrechamente con Alí». Creo que no sabía de nuestra estrecha relación personal, ¿o si?, eso solo podra decirlo Adán Chávez, quien estaba allí en el despacho con el Comandante, pero seguro intuía que haríamos el equipo que él necesitaba para enfrentar el otro gran foco de desestabilización, dar la batalla por PDVSA.

Es a partir de aquí, que yo tomo el relevo de mi padre, en la amistad con Alí. Para nosotros era natural trabajar juntos, éramos amigos, revolucionarios, sabíamos que vendría una ofensiva de la derecha utilizando para ello a PDVSA.

A diferencia de la situación de debilidad que la revolución tenía en PDVSA, nosotros en el ministerio de Energía y Minas, nos estábamos preparando de manera acelerada para convertir al ministerio en un bastión chavista, en defensa del Estado y la Revolución.

Por instrucciones del Comandante Chávez, creamos el «Grupo Colina». Ali y yo trabajamos de manera estrecha, nos complementábamos de manera casi natural, él con su paciencia y planificación de cada acción, yo con mi pasión y determinación de enfrentar la arremetida que era inminente y que sería el golpe de gracia al gobierno revolucionario.

Hacíamos largas sesiones de trabajo con el Comandante Chávez, nos preparábamos para una confrontación que era inevitable. La relación de Ali con el Comandante era de respeto y admiración. Alí con toda su capacidad política trataba de manejar la situación con la Gente del Petróleo, pero no había nada que hacer, ellos estaban decididos a derrocar al gobierno.

Trabajamos con los compañeros del Grupo Colina, los pocos que estaban dispuestos a enfrentar esta agresión. La Gente del Petróleo, avanzaba más en su organización, removiendo de la empresa, cuadros técnicos, chavistas o patriotas, que ellos sabían que se opondrían a sus planes de paralizar la industria. El tiempo actuaba a su favor.

Las reuniones las hacíamos en mi despacho en la Torre Sur de Parque Central, puesto que Alí no contaba con seguridad en la Campiña. Recuerdo que siempre llegaba con el entrañable amigo «Cabito», a las oficinas del ministerio para evaluar la situación y mantener al Comandante Chávez al tanto de la grave situación.

La conspiración y desacato al gobierno avanzaba: los líderes de la Gente del Petróleo se fueron a Plaza Altamira a expresar su apoyo a los militares golpistas y otros factores desestabilizadores que habían tomado este espacio en el Este de Caracas, e incitaban abiertamente a un nuevo golpe de Estado. El enemigo mantenía la ofensiva.

Cuando se declara el paro de Fedecámaras y la Gente del Petróleo se suma a ella, ya el comandante Chávez se había decidido por la opción de dar la batalla, desechar la muy extendida posición de debilidad que existía en el gobierno de negociar, y en una reunión memorable, había trazado la estrategia de la Batalla de Santa Inés, donde nos indicaba, a Ali y a mi, como responsables del sector, que «el enemigo avanzara con todo lo que tenía y luego nuestra contraofensiva tenía que ser total», con todo el Estado y el pueblo, así lo hicimos.

Fue una batalla dura, pero hermosa que relato por que es una enseñanza, una muestra de cómo se asumen los problemas en revolución. Cómo la asumimos los revolucionarios.

La producción cayó hasta 23 mil barriles dia de petróleo, no había ingresos para pagar sueldos ni salarios. Bloquearon el suministro de alimentos,, no había gasolina ni gas, nuestros buques petroleros estaban bloqueados internacionalmente. Sin embargo, jamás nos excusamos bajo ningún argumento de «guerra económica», «bloqueo», «conspiración».No, aunque era evidente, no lo hicimos. Ni el Comandante Chávez al pueblo, ni nosotros, en el epicentro del conflicto, al Comandante.

Cuando se dirigió al pueblo en la Avenida Francisco de Miranda, frente al Palacio de Miraflores, plena de banderas y pueblo enardecido, pidiendo línea política y dirección, yo estaba a su lado. El Comandante Chávez explicaba crudamente lo que sucedía sin crear falsas expectativas, sin excusarse del caos a que nos habían llevado los golpistas.

Llamó a todo el pueblo al combate, le dió a Alí Rodríguez todos los poderes para actuar en PDVSA, subordinado a la dirección del Estado, del ministerio, del presidente Chávez. No le dio todo el poder a Ali sin control alguno,ni se lo dio para que entregara la empresa y que los privados «subieran» la producción de 23 mil barriles día a los tres millones. No le dio el poder para que privatizara la empresa, no. Le dio el poder para que recuperaramos la empresa con nuestros trabajadores, nuestras inmensas capacidades técnicas, manteniendo nuestra soberanía, sin hipotecar, ni entregar el futuro de la Patria, por muy desesperada que fuera la situación. Chávez jamás hubiese firmado un Decreto como el 3.368, con el que se entrega ahora a PDVSA.

Alí y yo trabajamos como hermanos, no había ningún interés mezquino, subalterno, ni diferencias entre nosotros. Era el momento de elevar la conciencia del pueblo en la batalla.

Todavía recuerdo a Alí escribiendo en su computadora resoluciones de la empresa, nombramientos de emergencia, prácticamente solos en el PH del edificio de PDVSA en la Campiña, abandonada por los golpistas, asediados por la Policía Metropolitana que pasaban disparando con sus motos desde la Avenida Libertador. cuando de pronto siento un ruido ensordecedor desde la avenida. En un primer momento pensé que eran los opositores; me preocupé que nos hubiesen tomado el edificio, pero cuando me asomo, veo al pueblo pobre, al pueblo de Caracas, golpeando las barreras de tubo de la avenida, coreando consignas a favor de Chávez y la revolución, apoyando a los patriotas. Fue muy emocionante, le llevé la buena noticia a Alí, el sonrió por primera vez en mucho tiempo, y siguió en su tarea.

Ese mismo día, el pueblo, en todo el país, se volcó a las instalaciones petroleras, siguiendo la orientación del Comandante. El pueblo se fue a todas las sedes de PDVSA abandonadas por los gerentes, para protegerlas, cuidarlas y establecer un control popular del acceso a las instalaciones, para que los golpistas no las siguieran saboteando como hicieron en los llenaderos y en el CRP.

Convocábamos cadenas de televisión, explicando el desarrollo del conflicto, arengando, informando y orientando. Nos repartíamos las visitas a las áreas operacionales, íbamos juntos, sumando, convenciendo, liderizando. Viajamos juntos a la OPEP a explicar a los ministros lo que estaba sucediendo. Acompañábamos al comandante Chávez a cada área petrolera liberada, a cada operación de retoma de las instalaciones.

Hicimos muchas reuniones con los cuadros técnico-políticos de la empresa, evaluando los daños, planificando que hacer, tomando la ofensiva. En marzo-abril del 2003 se logró el milagro: restablecimos la producción a tres millones de barriles día, reiniciamos operaciones en el CRP y en todo el circuito refinador, restablecimos nuestras operaciones de exportación, y comercio internacional. . Le entregamos cuentas al comandante Chávez y a todo el país. Habíamos salido de la crisis más compleja que nos tocó enfrentar en el gobierno del comandante Chávez, en lo que fue una verdadera batalla popular. Alí, había cumplido al país y la revolución. Juntos le dimos una victoria extraordinaria a la revolución Bolivariana. Logramos pasar a la ofensiva.

Con el rescate de PDVSA abrimos las posibilidades de conquistar nuestra plena soberanía petrolera, como lo hicimos luego, y de disponer los recursos petroleros en beneficio del pueblo.

De esta batalla se selló entre nosotros una amistad verdadera, un afectó a prueba de balas, de chismes, de manipulaciones. Él me entregó el manejo de la industria, de PDVSA, por decisión del comandante Chávez, sin dudarlo ni un segundo.

Seguro estaba de que lograríamos transformar a PDVSA en un poderoso instrumento de liberación del Pueblo. Yo mantuve cerca de mi a todos sus colaboradores, éramos un mismo equipo. Siempre resalté sus aportes al tema petrolero y su contribución en la derrota del sabotaje; nunca anidó en mi la mezquindad ni el cálculo.

Luego, ya cada uno en distintas tareas, incluso estando ya él en La Habana, siempre discutíamos de petróleo y revolución, sin prepotencia ni egoísmos. para mi, la palabra y el consejo de Alí eran muy importantes:, eran los de un amigo que, además, significaba para mi una conexión con la memoria de mi padre.

Siempre apoyé a Alí en sus distintas tareas al servicio del Estado y la Revolución. Creo que nos constituimos en un ejemplo de cómo debe ser la camaradería y trabajo entre los cuadros revolucionarios en cualquier tarea.

Yo me siento muy honrado de haber gozado de la confianza y el afecto de Alí Rodríguez, de haber honrado con mi conducta, la hermandad que tuvo con mi padre. Una amistad donde la lealtad a las ideas y a los compañeros es un principio; una forma de vida. Le estoy muy agradecido por sus enseñanzas, por las conversaciones y el tiempo que dedicó a compartir conmigo, sus sueños.

Quiero dar fe de su admiración y plena lealtad hacia la figura del comandante Chávez, su afecto y agradecimiento a Fidel y a la revolución cubana. Su pensamiento se extendía a otra época, hacia la de un país posible en revolución. Siempre me hablaba de su admiración y afecto por los viejos guerrilleros, por mi padre Rafael Ramírez, por Diego Salazar, Magoya, Pica, Toby, en sus distintas facetas, políticas, militares, civiles. Siempre admiró el arrojo y el valor de los guerrilleros.

Se nos fue Alí, su paciencia infinita y la esperanza de siempre poder hacer algo, lo llevó a esperar, con la paciencia del diplomático, a que sus cartas y opiniones respecto a la difícil situación que confrontamos fueran recibidas. Recientemente aceptó puestos honoríficos y luego no ser escuchado.

Durante una de nuestras últimas conversaciones, me dijo, con la molestia que podría tener un padre cuando ofenden a un hijo, que renunciara a mi puesto en la ONU, que esta gente no me apreciaba. Así lo hice viejo amigo. Siempre al rompe.

Ahora vendrán discursos y homenajes. Ojala no usen su nombre ni hagan de su muerte un show, rodeados de aquellos que están entregando PDVSA. Alí Rodríguez merece el homenaje del Pueblo y una guardia de honor de viejos guerrilleros.

A su esposa, hijos e hijas, a sus amigos, camaradas, seres queridos, mi sentimiento y afecto.

Para los jóvenes revolucionarios, para el pueblo humilde, la vida de Alí Rodríguez es un ejemplo de un revolucionario íntegro, que vivió y murió con dignidad. Nosotros debemos rendirle honores haciendo una revolución. Por mi parte, mi mejor homenaje será siempre decir la verdad, explicar nuestras batallas con el comandante Chávez y el comandante Fausto, denunciar la entrega de nuestra obra colectiva, rescatar nuestro proyecto y reconstruir la Patria. Con Chávez siempre ¡Venceremos!