Antes que el diablo sepa que has muerto…

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Es el título del drama desgarrador llevado a la pantalla por el director norteamericano Sidney Lumet, en el que dos hermanos ambiciosos y fracasados, se encuentran en una situación desesperada y necesitan conseguir dinero como sea, para lo que deciden dar un golpe «perfecto»: atracar la joyería de sus padres en Nueva York. Por supuesto que nada les salió como esperaban, su madre, viuda y trabajadora, muere a manos del pistolero, al luchar defendiéndose del robo. Los hermanos, hundiéndose en su propio pantano, sin arrepentimiento alguno, tratan de escapar de las consecuencias de su horrendo crimen, antes que el diablo se de cuenta que ya están muertos…

La patria exhausta está al borde del abismo, como nunca antes, la posibilidad de un enfrentamiento cruento, de una agresión militar, están más cerca que nunca. El gobierno de Maduro y su grupo de poder, en su pésima gestión, han arrastrado al país a una crisis sin precedentes en nuestra historia contemporánea, debilitándola a tal extremo que cualquier cosa puede ocurrir. Quedará para los historiadores tratar de entender cómo fue posible que el madurismo dilapidara el extraordinario caudal político del Chavismo, acumulado por más de 12 años de lucha y sacrificio, no solo del presidente Chávez y su gobierno, sino de todo un pueblo.

Ha sido un crimen horrendo contra la patria, acabar, cual Herodes, con la joven Revolución Bolivariana, un proyecto, una Constitución, un Plan de la Patria, apoyados mayoritariamente por el pueblo venezolano. Hace tan sólo 5 años teníamos un país estable, que funcionaba, donde lo extraordinario se había convertido en ordinario. Una patria con futuro donde un pueblo, trabajador, alegre, dignificado, incluído, participativo, solidario, con pasión y conciencia patria, reconstruía sus espacios de vida y conquistaba su soberanía política, económica.

Ahora todo lo han convertido en un infierno, del que sus hijos salen como pueden, donde hay miedo, suceden cosas absurdas a diario, sus habitantes pasan todo el día buscando comida, medicinas, con un salario de miseria, los más, logran una «caja Clap», o consiguen un «bachaquero»; un pueblo que se transporta como puede en camiones, donde no hay luz, ni agua, tampoco hay gas, ni gasolina; no hay seguridad, ni ley; donde el trabajo no vale nada. Es el sálvese quien pueda, es la rutina del caos, insoportable, asfixiante. No hay perspectiva de futuro.

Un pueblo que está harto, sin conducción política, sin saber hacia dónde vamos, sin participación; donde se han cerrado todos los canales democráticos. Solo piensa en que ésto debe terminar, de cualquier manera, pero debe cambiar.

La represión, el miedo, la indolencia, la mentira y un prolongado discurso intolerante de las nuevas élites políticas, tanto del madurismo, como de la oposición extremista, han agregado a esta profunda crisis económica, un elemento sumamente peligroso: el proto fascismo.

Ambos grupos de poder tienen una base firme de partidarios dispuestos a aniquilar al contrario y a arrastrar al país a lo que sea, lo han dicho, como si ellos fuesen a poner los muertos: una guerra civil, una invasión, una confrontación militar.

Ambos prometen, al contrario, cárcel, persecución y revancha. Lo he mencionado antes, como en «el huevo de la serpiente«, este fenómeno se ha venido incubando en este período de política con «p» minúscula, del «pranato», del pacto, de la violencia, donde sus dirigentes e instituciones, se han degradado ética y moralmente, donde no hay argumentos, ni debate político, donde se impone la fuerza.

El gobierno no se ha dado cuenta aún, que no gobierna, el Estado se desmorona. Ellos han corrompido, carcomido sus instituciones, para convertirlas en parte de sus intereses personales o grupales. Nada funciona. Maduro no puede hacer nada de lo que promete o amenaza que hará.

Rodeado de jueces, fiscales, policías y escoltas, se va desplazando errático de una esquina a otra, en su laberinto absurdo. Ha perdido toda iniciativa, está a la defensiva, dando zarpazos a su alrededor. Nadie quiere estar cerca, lo saben desesperado, peligroso.

Ahora uno de sus «luceros», prestigia a Poleo y a la declaración de «un coronel de tuiter», para acusar a quien le venga en gana del supuesto «plan terrorista» que confrontan. El «palomo» leyó la lista entera que le puso el «lucero» de turno, para lograr un acuerdo, para salvarse quién sabe de qué. ¡Qué bajo ha caído el madurismo en su desespero!

Mientras a Maduro se le acabó el tiempo, persiguiendo al chavismo y desmovilizando al pueblo, la extrema derecha avanza. Por primera vez en nuestra historia contemporánea, un partido de derecha, gestado en la tristemente célebre secta «TFP», «Tradición Familia y Propiedad», junto a lo más atrasado de la derecha del hemisferio, tiene posibilidades reales de asumir el poder, cabalgando sobre el desastre de Maduro.

Han utilizado la cara de un desconocido para, detrás de ella, ocultar el rostro de los ideólogos de esta operación política, los mismos del Golpe de Estado de 2002, de la guarimba, la violencia, la entrega, para dar literalmente «un golpe de mano». Es de antología los rostros de los dos vicepresidentes de la Asamblea Nacional, que obviamente no sabían y, al menos uno de ellos, había declarado en contra de la «auto proclamación», es por ello que la misma, no se produce en el Hemiciclo de la Asamblea Nacional.

La injerencia extranjera en nuestros asuntos nos recuerdan los métodos y discursos de la intervención en Guatemala de 1953 o de República Dominicana de 1965, ¿retrocederemos más de 60 años en nuestra región?

Por su lado, Maduro se «auto proclama» entre «sus panas», quienes nerviosos, «pierden los papeles». Maduro ha podido ponerse la banda él mismo, pues fue el único candidato de un proceso arreglado por los suyos para «ganar».

Ambas operaciones políticas, de golpes sin militares (una nueva doctrina), de «autoproclamaciones», han colocado al país ante la necesidad de preguntar ¿Quién manda? ¿Quién es el presidente? ¿Qué va a pasar? ¿Y el pueblo?

Hay un severo problema de legitimidad en el país. Todos les metieron palos a las ruedas de la carreta. Todos han violado la Constitución. Como lo dije en mi pasado artículo, la Patria está al borde del abismo, estamos ante dos caras de lo mismo.

¿Cómo se puede afirmar que no son lo mismo quienes nos quieren llevar a una guerra civil o una intervención extranjera? Veamos por los hechos.

Lo que está en el centro de todo es el petróleo. Así ha sido en nuestro país desde principios del siglo XX, el petróleo ha marcado profundamente nuestra vida política, económica y social.

Maduro entrega el petróleo y a PDVSA, como lo hemos denunciado varias veces, violando la Constitución y la Ley Orgánica de Hidrocarburos, para ello, ha utilizado al TSJ, el decreto 3.368y los contratos para las llamadas «Empresas de Servicios Petroleros«. Guaidó promete los mismo en su Plan de Entrega: violando la Constitución en sus artículos 202, 203 y a la Ley Orgánica de Hidrocarburos en su artículo 53. Habla abiertamente de privatizar la producción petrolera, acabando con «las ataduras de las empresas mixtas» (léase el control del Estado venezolano) y entregar el manejo del petróleo al sector privado (léase transnacionales).

Maduro exime al sector privado de pagar impuestos petroleros (es decir, los tributos sobre las ganancias, premiando así a los privados); al igual que Guaidó que, en su Plan de Entrega, habla de «flexibilizar» el régimen fiscal petrolero, es decir, volver a los esquemas de la apertura petrolera, donde los privados pagaban solo 1% de regalías y no pagaban impuestos petroleros.

Vemos entonces, que tanto Maduro como Guaidó, pretenden rematar nuestro petróleo, a nuestra PDVSA.

Ahora se trata de quién controla las mayores reservas de hidrocarburos del planeta, certificadas por nuestra gestión. En 1998 teníamos, en números redondos, 78 mil millones de barriles de petróleo; en el 2013, pudimos certificar 298 mil millones de barriles de petróleo, gracias a que en 2007 nacionalizamos la Faja Petrolífera del Orinoco. Es la reserva de hidrocarburos más grande del Planeta.

También se trata de quién se apodera de nuestra empresa nacional PDVSA. Nuevamente, junto a Chávez, rescatamos PDVSA del sabotaje; una empresa que para 1998 tenía 48 mil millones de dólares de activos, un patrimonio de 32 mil millones de dólares y un déficit (pérdida) de 14 mil millones de dólares (dirá alguien de la oposición: ¿pérdidas de la meritocracia?, ¡ups!)

En 2013 entregamos a Maduro una empresa, PDVSA Roja Rojita, de 231 mil millones de dólares en activos, patrimonio de 81 mil millones de dólares y ganancias de 12 mil millones de dólares. (Entonces, ¿no es verdad que Chávez-Ramírez destruyeron PDVSA? ¡NO!)

Además, en 2013, la producción de PDVSA estaba en 3,01 millones de barriles día.

El hecho de que Maduro haya perseguido, encarcelado y desmantelado PDVSA, desviando recursos para sus «panas» y entregando la dirección de la empresa al Jefe del Comando 5 de la Guardia Nacional, con una producción ahora de 1 millón de barriles día (sí señores maduristas, lea bien: su constructor de victorias ha perdido 2 millones de barriles día de petróleo en tan sólo cuatro años, otro récord para el «jefe»), no quiere decir que PDVSA se acabó, como dicen los promotores del remate, y mucho menos que se acabaron las reservas de petróleo más grandes del mundo. ¡Las reservas están allí, esperando para ser desarrolladas a favor del pueblo!

Si seguimos comparando lo que Maduro hace y lo que Guaidó promete, veremos que es lo mismo. Maduro habla de «falsos positivos» en las empresas del Estado e invita a las transnacionales a que vengan a hacerse cargo de ellas, en lo que llama un «sacudón» contra el Estado, pero conducido por los privados. Del mismo modo que el Plan de la Entrega (mal llamado «Plan País») habla de disminuir la presencia del Estado en la economía, desprenderse de las empresas públicas, es decir, privatizarlas.

Por donde quiera que se miren, Maduro y Guaidó son dos caras de lo mismo: la entrega del país, solo que son grupos distintos, con diversos apoyos y padrinos.

Quién si no aparece por ningún lado es Chávez, el pueblo, la Patria.

Maduro ha hecho el trabajo sucio de la derecha: ha desmantelado al chavismo, queda un partido que ya no se sabe qué es, solo hace «lo que Maduro diga»; ha desmantelado PDVSA; el TSJ es su grupo de amigos, que hacen lo que les digan que hagan; el Fiscal, persigue con saña a los Chavistas, guarda silencio cuando de cohetes o saltos desde el Sebin se trata; y la ANC, bien gracias, calla y aplaude.

De llegar al poder, los grupos de oposición barrerán con lo que queda de país y garantías sociales. Sólo basta revisar el Plan de la Entrega, un «remix» de lo mismo de la Cuarta República, ahora redactado desde el exterior.

Lo que debe estar claro, es que ningún sector, nadie, podrá gobernar y sostener el país sin el pueblo. Pueden tomar el poder, dar un golpe de mano o seguir con este desastre, pero los problemas del país son tan complejos, tan profundos, que no bastará con que se imponga una de las partes sobre la otra.

Para sacar al país de este desastre, hay que garantizar el control y recuperación de PDVSA, del petróleo y de todos nuestros recursos naturales. Nuestro país va a necesitar de todos los ingresos de la renta petrolera, todo el poder del Estado para poder reanimar nuestra economía, protegerla y así proteger al pueblo. Va a necesitar restablecer la soberanía sobre el manejo de su economía.

De esta crisis tenemos que salir caminando con nuestros propios pies, con nuestras propias fuerzas, no convertidos en un «pranato» o en un protectorado de una potencia extranjera. Todo el apoyo será bienvenido, pero teniendo a buen resguardo los recursos e intereses de todos lo venezolanos y de nuestra soberanía. Si se concreta la entrega del país, la rebatiña, sea con Maduro o con Guaidó, nuestro país no podrá superar la terrible crisis que padecemos, cualquier cosa puede pasar.

Maduro y los suyos se mueven desesperados antes de que el diablo se entere que tendrán que rendir cuentas, cual Mephisto. La extrema derecha espera, acecha para dar el zarpazo, ¿y el pueblo?

La soberanía reside en el pueblo, el gran ausente de esta situación política, el espectador que no tiene cómo hacer valer su voz. Es nuestra institución Armada, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, la única que está facultada por la Constitución a mantener el orden interno y preservar su vigencia, así como tiene el mandato del resguardo de la soberanía nacional. Nuestro pueblo no merece lo que está pasando, no podemos dejar al país solo en el abismo.