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ActualidadLos chandalas de la política y el desprecio por el conocimiento.

Los chandalas de la política y el desprecio por el conocimiento.

“¿Qué es malo? Pero si ya lo he dicho: todo lo que procede de la debilidad, de la venganza, de la envidia…” F. N.

Federico Nietzsche califica de “chandalas” (ver Google, la casta más baja de la sociedad en la India, “menos que esclavos”) al espíritu judeo-cristiano que hizo posible la destrucción de la civilización y avance de Roma (la herencia griega y romana a la civilización occidental). Para él Roma fue el anticipo de las ciencias y el arte, del buen gusto, del espíritu aristocrático amante de lo bello y lo excelso, de aquello que iba ser luego el Renacimiento y el espíritu humanista, a pesar de los malos emperadores – nos dice Nietzsche –, pudiendo sobreponerse a muy malos gobernantes.

Chandalas, además de los cristianos, eran para él también los socialistas y anarquistas (no hablamos de Marx y el marxismo, no era lo que él conocía bien), quienes pretenden destruir ese legado romano (Roma como símbolo civilizatorio), sin construir nada; se podría decir que se refería a aquellos que pretenden igualar la sociedad por la medida más miserable del ser humano, el “chandala”. Muchos enfrentan a Nietzsche con Marx, pero Marx y su pensamiento crítico hacen del socialismo algo diferente al simple resentimiento social, lejos de querer igualar la sociedad por lo más bajo del ser humano, destruyendo lo civilizatorio de nuestra herencia occidental, la cual no se puede borrar arguyendo lo “nuestro americano” y otros conceptos similares, valorados en sí mismos como positivos solo por el hecho de nacer de las capas sociales más pobres, o de grupos autóctonos o populares, lo que muchas veces debería ser más que una ventaja, un reproche a tales conceptos.

Al contrario, Marx cree en la transformación del paisaje para bien de la humanidad, en la construcción de civilización, pero de forma racional, motivada por el conocimiento y un espíritu elevado por encima de la vulgar o simple codicia, las futilidades capitalistas, o la envidia y la venganza de las mentes más pobres. Imaginemos el socialismo como una Roma, pero sin estratificación social, sin esclavos y sin plebeyos; sin propiedad privada y sin pobres, como lo describe Oscar Wilde.

Marx quiere desenajenar al hombre del trabajo monótono e idiotizante,  liberarlo de la propiedad privada y del consumismo, que es, de alguna manera, el origen de la anarquía en la producción capitalista y de su control sobre la conciencia y la conducta de los individuos; liberarlo de la miseria de la ignorancia, a través del conocimiento, científico, artístico, humanístico, y el trabajo creador: liberar al individuo de sus necesidades básicas para que pueda trabajar, crear, ir perfeccionándose en el tiempo como ser racional.

Se puede criticar la sociedad romana por esclavista desde el punto de vista del resentimiento del esclavo, de la venganza y la envidia,  pero esto nos lleva a querer destruir también todo lo distintivo, lo elevado, hecho por una sociedad cargada de grandes valores espirituales. Por más avances en las instituciones relacionadas con las finanzas, bancos, cajas de ahorros, o cualquier otra institución de ese tipo preexistentes en la Roma antigua, la romana No era una sociedad capitalista, como lo pretenden hacer ver los historiadores liberales que procuran atemporalizar al capitalismo, como algo inmanente al ser humano; el capitalismo tiene fecha de nacimiento. Roma era Roma. Roma era más arte y civilización que codicia, además de conocer bien el arte de la guerra, fundaba ciudades avanzadas, bien trazadas, hizo los caminos; era matemáticas, mecánica, ingeniería, física aplicada, cálculos complicados, forma bella, buen gusto (el coliseo, los baños públicos, sus jardines, anfiteatros, paseos, todo eso es civilización en el campo de la construcción civil para una vida espiritual de altura); como nos lo hace ver Nietzsche, “todos los presupuestos de una cultura docta, todos los métodos científicos estaban ya allí”; Roma era un método connatural al ciudadano con el cual éste aprendió a vivir en armonía con su espíritu. ¡Y todo eso fue destruido por el cristianismo!, la iglesia de Pablo (del rabino Paulo,  como lo llama Nietzsche), y más adelante Lutero y los cristianos liberales – potenciadores del sentimiento de culpa judeo-cristiano, del capitalismo, la usura, del atraso disfrazado de progreso –,  para que luego renaciera como el “método científico moderno” el cual serviría de herramienta fundamental al desarrollo capitalista. Toda la obra de Roma acabó  con más velocidad de lo hubiera esperado una ciudad considerada eterna.

El socialismo marxista no pretende destruir lo establecido por un espíritu positivo para la vida humana, como tampoco construir una sociedad inspirada por el resentimiento, la envidia y la venganza. Tampoco degradar el conocimiento, arrasar templos y ciudades, quemar fábricas y universidades; o vulgarizar  el conocimiento hasta la superchería, hasta el cristianismo más irreal y supersticioso, negador de la vida en la tierra, más oscuro (de hecho Marx “consideró a Epicuro el librepensador griego más formidable y combativo contra la religión”): “¨[los métodos, hay que decirlo diez veces, son lo esencial,  también lo más difícil, también lo que durante más tiempo tiene en contra suya el hábito de la pereza…”, nos dice Nietzsche; el “método científico”, el cuidado por el detalle, “la mano cauta”,  el esfuerzo intelectual y físico por el conocimiento. Por ejemplo, la idea marxista de la sociedad no se realiza masificando las universidades – sin hacerlo a su vez con el conocimiento científico y su método –; no se populariza el estudio al precio de la mediocridad y la condescendencia, no se trata de emitir acreditaciones como si fueran “dinero inorgánico”, solo para complacer la vanidad de otro tipo de sociedad, una superficial y atrasada, la de los esclavos del dinero.

La educación es el centro en el socialismo, el corazón del cambio de consciencia de la sociedad, ¡del cambio de la sociedad! Si alguno en nombre del socialismo degrada el conocimiento y lo desprecia no es socialista. Si hay alguien que, en nombre de la “cultura popular” atenta en contra de las ciencias, del método para  la investigación científica, de la cultura como historia, de la lectura, o del arte, descalificándolo  a veces como  “arte burgués”  – por el simple hecho de que no lo entiende, o a causa de sus propias limitaciones de conocimiento y de educación –, ese no es socialista, simplemente es un ignorante; o para decirlo con propiedad, posee una voluntad de ser ignorante: no quiere aprender ni adquirir más conocimientos del que ya posee.

El modelo de espíritu socialista auténtico es para mí Fidel Castro, el cual aportó las ideas fundamentales de la revolución, a través de sus propios estudios e investigaciones, en todos los campos donde el creyó que se tenían que hacer cambios revolucionarios; desde el de los derechos humanos y la justicia hasta la medicina, la salubridad y la prevención de enfermedades endémicas y epidémicas, en el campo de la conservación ambiental, de la tecnología,  no nada más en la política y el pensamiento político y filosófico. En una oportunidad recomendó a Chávez que leyera el Zaratustra de Nietzsche ¿Que hacía Fidel leyendo a Nietzsche, aun siendo el marxista que era? Fidel nunca paró de leer y estudiar, porque el conocimiento nunca se abandona o se desdeña; se suma. De eso se trata el ser revolucionarios, y así envejeció y murió el gran comandante, aprendiendo todos los días un poco más.

Fidel y Chávez son ejemplos que hay exponer a los ojos de flojos y “chandalas” de esta revolución de papel, ahora liderada por Maduro, la cual representa el triunfo de la voluntad de ser ignorantes y conformistas, complacientes, seres “concluidos”,  enseñoreando su ignorancia y pereza intelectual por encima del conocimiento sistemático de las ciencias, el arte, ¡la política!, y el humanismo en general.

Estudiar estimulados por el dinero y el éxito social es una aberración capitalista, pero el “tareismo” servil también lo es, o  la simple enseñanza de habilidades artesanales solo útiles para el capitalismo, por encima del uso del cerebro para tareas más complejas, de un método para aprender a pensar.  Hasta esa miopía utilitaria y atrasada alcanza a ver maduro su revolución “nuevo liberal”, su socialismo con alma de chandalas.

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